Cuando tenía poco más de veinte años, solía pensar que mis cambios bruscos de humor eran simplemente una reacción al estrés. Todo parecía tener sentido en medio del ritmo frenético de la gran ciudad: jornadas laborales interminables, cursos nocturnos y el tráfico eterno. Pero en algún momento me di cuenta de que esos períodos de cansancio y altibajos emocionales coincidían con ciertas fases de mi ciclo menstrual. Esa fue la primera señal que me llevó a investigar más a fondo los misterios de nuestro sistema endocrino femenino.
Hoy en día, médicos y científicos resaltan cada vez más que las hormonas no solo influyen en la salud reproductiva, sino también en nuestro bienestar general: desde el estado de ánimo hasta la piel. Importantes publicaciones médicas, citando estudios a gran escala, destacan que entender bien nuestro ciclo puede ayudarnos a conectar con nuestras necesidades reales y a buscar ayuda profesional a tiempo, si es necesario.
De la juventud a la madurez
A veces siento que la naturaleza decidió regalarnos a las mujeres un verdadero “pack” de variaciones a lo largo de la vida: desde la pubertad en la adolescencia, pasando por la perimenopausia, hasta la menopausia en la adultez. Cada una de estas etapas puede venir acompañada de subidas y bajadas en los niveles de estrógeno, progesterona y otras hormonas. Y aunque para muchas mujeres estos cambios son relativamente suaves, para otras pueden ser una verdadera fuente de malestar: dolores de cabeza, irritabilidad o aumento repentino de peso.
Una endocrinóloga de una de las clínicas más prestigiosas de Nueva York (prefiero no dar su nombre por razones éticas) me comentaba en una entrevista reciente que comprender las fluctuaciones hormonales le da a cada mujer una herramienta valiosa para cuidar su salud. “Saber que tu estado de ánimo, apetito o energía pueden estar ligados a ritmos biológicos naturales, te ayuda a tomarte esos cambios con más calma y, si hace falta, ajustar tu estilo de vida”, explicó.
Mi experiencia personal (que no pretende ser una receta universal)
En mi caso, todo empezó cuando comencé a llevar un diario de mi ciclo. Al registrar cómo me sentía, mi actividad física y el estado de mi piel, empecé a notar patrones que antes pasaba por alto. Por ejemplo, a mitad del ciclo tenía más energía para entrenar, mientras que unos días antes de la menstruación me daban antojos de cosas dulces. Aprender a identificar estas señales me ayudó a adaptar mi rutina a tiempo: sumaba más caminatas, cambiaba el horario de los entrenamientos intensos o, simplemente, me permitía descansar más. Pero aclaro, estas son observaciones personales y quizás no se apliquen a todas.
Dónde encontrar apoyo
Muchas veces nos da vergüenza hablar de estos temas “de mujeres” en la consulta médica. Sin embargo, poder comentar sobre los cambios de peso, los altibajos emocionales u otros síntomas que podrían estar ligados a las hormonas, es un paso fundamental hacia el autocuidado. Incluso una consulta sencilla, acompañada de un análisis de sangre para medir las hormonas, puede aportar muchísima claridad.
Los psicólogos también insisten en la importancia de hablar a tiempo. Si los cambios hormonales vienen acompañados de tristeza o ansiedad, hablar con un psicólogo o psicoterapeuta puede prevenir que el malestar se acumule y derive en problemas más serios.
Conciencia y respeto por nosotras mismas
Dado lo delicado y complejo que es nuestro cuerpo, es importante recordar que cualquier consejo que leamos en internet (incluido este artículo) es solo una guía general. Cualquier cambio importante en la alimentación, la actividad física o la toma de medicamentos hormonales debe discutirse siempre con un profesional.
Este texto no reemplaza una consulta médica. Si aparecen síntomas preocupantes o dudas, no dudes en acudir a un especialista.
Pero si me preguntan cuál es la enseñanza más importante que me dejaron estos últimos años, es esta: nuestras hormonas no son enemigas, son parte de esa biología increíble y sofisticada que nos hace quienes somos. Y cuanto más atención y cariño les damos, mejor podemos entendernos y construir una relación sana con nuestro propio cuerpo.